lunes, 3 de enero de 2011

Tristeza... Felicidad

Estás ahí, sola, en esa sala oscura, sin ventanas, sin luz, sentada en el mismo centro, sintiendo un gran peso en tu corazón, un persistente vacío en tu cabeza aun a pesar de todos los pensamientos que por ella pululan.

Lo único que alcanzas a sentir es el palpitar de tu corazón que retumba en tus oídos y te muestra que sigues viva.

Esperas que algo suceda. Intentas ver más allá de la espesa negrura que se cierne a tu alrededor.

Coges aire, respiras profundamente, pero ese nudo, la angustia, la tristeza… continua ahí, en tu pecho, en tu alma.

Ya llevas demasiado en ese triste lugar, apartado del mundo, y a pesar de la sonrisa que dibujas en tu cara, es eso… un mero dibujo… La ansiedad comienza a hacer mella, no quieres seguir así, no puedes…

Te detienes: tú, tus pensamientos, el tiempo, todo…

Vuelves atrás un instante, aunque duela recordar, al fin y al cabo, sabes perfectamente que la tristeza ya existe y no puede ir a más… simplemente reside en ti y con eso basta para lograr que tu corazón se haga pedazos.

En esos momentos haces memoria… Recuerdos felices: sonrisas, abrazos, alegría, amistad, amor… pero siempre venían seguidos de segundos tristes: discusiones, equivocaciones, palabras hirientes, lágrimas…

Cierto. La felicidad y la tristeza. Hermanas. Hijas de la misma madre. Unidas por el vínculo más fuerte que pueda llegar a existir. Siempre luchando. Siempre enfrentadas. Pero siempre juntas.

Es entonces cuanto te observas a ti misma. Tú, que te has encerrado en aquel oscuro lugar. Tú, que has cerrado los ojos para no sentir dolor. Tú, que has intentado no sentir amor para no sufrir. Tú, que has sentido en tu carne el sufrimiento del odio ajeno. Tú, que has querido estar sola. Tú, hiciste a tu corazón prisionero. Tú, esclavo de tus pensamientos en una horrible celda. Tú, que le prohíbes llorar a pesar de lo mucho que necesita derramar esas lágrimas. Tú…

Sólo tú tienes la culpa de sentirte como te sientes… Pero sólo tú tienes la llave, la llave que te liberará de tus pesares, de tu tristeza, de la oscuridad.

Recuerdas tantos buenos momentos, tantas risas. Todas las manos amigas que te han ayudado, y que se siguen ofreciendo para levantarte. Oyes esas voces fuera de tu prisión. Te llaman. Gritan tu nombre. Las temes. Piensas en su enfado. Seguro que se cabrearán contigo, por tu estupidez, por tu simpleza… Agachas la cabeza derrotada… Pero… ¿qué puede ser peor que lo que sientes en este instante?

Siguen llamándote, y parece que se rinden, algunas se escuchan más débilmente, pero otras vuelven, insistentes…, gritan más que antes, continúan esforzándose…

Vuelves a recordar… Tantos momentos vividos, tantos sueños compartidos, ilusiones, momentos, deseos, anhelos… risas, abrazos, compañía…

¡Un golpe! Sí, no te has vuelto loca, ese ruido… están llamando a una puerta… pero en tú celda no hay ninguna entrada o salida, si la hubiera, la verías… ¡Otro! Más fuerte que el anterior, un gran estruendo que hace palpitar tu pecho y del mismo susto ¡pum! Abres los ojos.

Estás sorprendida, aturdida. Es extraño, pero esperas unos segundos. Es cierto, tenías los ojos cerrados, y tal vez sigas prisionera en esa habitación pero ahora ves algo más… Frente a ti, a poco más de un metro de distancia un rendija de luz, del exterior, alrededor de una puerta… Miras a izquierda y derecha… más rayos de luz… ¡ventanas!

Comienzas a reír tú sola, no puedes contenerte, de tu garganta surge una risa amarga, rota… Te calmas, respiras y las lágrimas brotan… pequeños ríos que van a parar a ninguna parte…

Ahora, al otro lado de la puerta se oyen menos voces, sí, pero fuertes y potentes como desde el primer momento. Te acercas a esa salida, pones las manos en ella mientras tu llanto no cesa. Es un material desconocido, tal vez no esté ahí, tal vez sea inexistente…

Y entonces, recuerdas: Tú lo has creado, sólo tú conoces la manera de destruirlo.

Sientes miedo… pero qué es el miedo… es el primo de las dos hermanas. Un puente entre ellas. Enfrentarte a él y superarlo, o temerle y odiarlo, es la diferencia que logrará que la felicidad te acompañe gran parte del camino o, que por el contrario, sea la tristeza, quien tenga ese honor.

Respiras. Piensas. Miras a tu alrededor. Nada. Recapacitas.

Estás sola en ese lugar. Triste. Deprimida. Las lágrimas no cesan. Y la sonrisa no se muestra como te gustaría.

Recuerdas cuando no estabas en ese lugar, y el nudo de angustia se afloja, el corazón se emociona y las lágrimas aumentan, no por tristeza, sino por añoranza.

Miras esa puerta. Escuchas las voces. Respiras. Has tomado una decisión. Cierras los ojos respiras y empujas con todas tus fuerzas. Los abres. Una luz, cegadora, se muestra ante ti, te cubre, te rodea, te acoge… Las voces, ahora cercanas, te abrazan y, tus lágrimas, aun presentes, van evaporándose.

Ahora la sonrisa comienza a asomar… vergonzosa, tímida… pero real…

Tú creaste esa celda, por miedo a la tristeza.

Tú tenías la llave para abrir la prisión, recordar que quien te quiere está a tu lado a pesar de la oscuridad.

Abriste la puerta cuando afrontaste el temor a la tristeza, cruzaste el puente a pesar de ignorar hacia donde te conduciría, y… A tu alrededor se materializó la felicidad.

Es cierto que la felicidad, viene y va, que en ocasiones está más presente que en otras y que muchas veces somos los responsables de no sentirla, debido al miedo. Por ello, debemos ser valientes, llorar cuando lo necesitemos aunque sea duro, aceptar el hombro que se nos ofrece para hacerlo aunque nos cueste y abrir los ojos ante la verdadera felicidad.

2 comentarios:

  1. buaa.. me encanta! me siento super identificada!
    te sigo como me dijiste(: ya me pasaré en cuanto pueda!
    1 beso!

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  2. Muchas graciaaaas!! Me alegra saber que te gusta y... también que me sigas!!
    Esperaré y recibiré tus visitas con entusiasmo! :)
    Ah, y enhorabuena una vez más :P!!
    Besos!!

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